sábado, octubre 22, 2005

Laberintos


Llevo unos días pensando en que nuestra vida cada vez se parece más a un laberinto. Un laberinto en del que, como Ícaro nos enseñó, no se puede salir volando (nuestro laberinto tiene techo). Un laberinto con una única entrada... el centro (donde nacemos). Y muchas salidas. La cosa sería algo así como una inmensa sucesión de salas con muchas puertas: algunas abiertas, otras cerradas y otras que se abren sólo con llave... la cuestión es si la tenemos. Sólo se nos deja abrir una puerta por cada sala, y nunca hay marcha atrás.
Lo malo de este laberinto que es la vida es que algunos lo empiezan con mapa, con un juego de llaves y hasta los hay que tienen GPS. También están los que atinan pronto con la puerta correcta (vease: hombre con suerte). Pero estos son caso aparte.
También, todos lo sabemos, están aquellos que no saben (ni quieren saber) que puerta les conviene más, y buscan desesperados encontrarse con alguien para armar jaleo... triste vida, triste.
Esta mañana mi laberinto del metro me ha hecho encontrarme con la chica de ayer. Los laberintos son juguetones, y nos reservan sorpresas muy raras... Llevaba casi dos años sin verla, y ahora dos días seguidos. Nunca me ha gustado esa chica, pero la ironía del destino y su sonrisa (a las 8:15, tiene mérito) me han alegrado la primera parte de la mañana.
Resto del día tranquilo. Mi cabeza descansa en paz... ahora irá mi cuerpo hasta la cama, a ver si duermo bien.